Los sanitarios que atendieron a Blanca

En estos tiempos del Covid, en que los profesionales sanitarios están tan en boca de todos, quiero que las primeras palabras que escribo en este blog estén dedicadas a ellos.

Muchas han sido las personas del ámbito sanitario con las que nos cruzamos en el largo periplo que recorrimos al lado de Blanca: médicos, enfermeras, auxiliares, psicólogos, fisioterapeutas, todos nos aportaron algo y todos, salvo algunas excepciones, hicieron que este camino tan doloroso y tan largo fuera un poco mejor.

El primer centro sanitario al que acudimos, cuando Blanca empezó a notar los primeros síntomas fue el Hospital Puerta de Hierro. Y ahí en las Urgencias del 26 de octubre de 2017 nos atendió una doctora que nos despachó sin apenas examinar a la paciente, nos aseguró que allí se tardaba mucho y que era mejor que nos fuéramos a la sanidad privada. Así lo hicimos, porque Blanca empeoraba de día en día.

Afortunadamente acudimos al Hospital de la Zarzuela, donde desde el primer momento nos trataron como personas, siempre con cariño y amabilidad. En un principio desde la consulta de la doctora Blanco, después en sucesivas estancias en el hospital y finalmente durante la larga convalecencia tras la cirugía.  Allí el neurocirujano que la operó en febrero de 2018 y la persona que nos ofreció un diagnóstico claro a partir de las imágenes, a pesar de que aún no la había hecho ni biopsia, fue el doctor José Manuel Cañizal. Su esfuerzo fue encomiable, no hay palabras para agradecer el interés con que preparó la difícil operación de Blanca, trayendo a profesionales de otros centros sanitarios para que colaborasen en la intervención. Después de las más de 8 horas que duró la cirugía el doctor tenía un fuerte derrame en uno de sus ojos, tras tantas horas de esfuerzo centrado en el microscopio intentando limpiar a Blanca de su mal y extrayendo la mayor cantidad de células posibles para su posterior análisis.

En la Zarzuela todos fueron encantadores con nosotros: enfermeras, celadores, médicos. Allí conocimos a Bea González Valero, una persona que fue el faro, la guía y el apoyo de Blanca durante su largo tormento.  Bea, su fisio, su amiga y la amiga toda la familia. Bea, primero en el hospital y luego día tras día en casa, ayudándola con los ejercicios, dándole ánimo cuando decaía. La enfermedad de Blanca era terrible, incapacitante, y ella no dejaba de venir ni un solo día, anteponiendo esta tarea a sus placeres y su conveniencia. Bea fue nuestro ángel durante el Calvario.

El análisis de la biopsia confirmó lo peor, era un cáncer maligno bastante raro. Para los tratamientos de radioterapia que requería Blanca  al no disponer de ellos la Zarzuela se nos derivó al Puerta de Hierro. Pasaban las semanas y veíamos que no la llamaban para el TAC, y cuando se lo hicieron seguimos esperando para que pudiéramos empezar la radioterapia. Por eso decidimos hablar con otros oncólogos.

Aconsejados por nuestros amigos Teresa y Alvaro, médicos ambos y padres de Maca una amiga de Blanca, fuimos a la consulta de su compañero de carrera Rodrigo Garcia-Alejo. Este radioterapeuta del Hospital Beata María Ana de Jesús nos habló de la radioterapia de protones, quizá la única posibilidad para contrarrestar la agresividad del cáncer de nuestra hija. Desgraciadamente en esos momentos no existía la posibilidad de tratarla en España y nos dijo que el mejor lugar para que la recibiera era el hospital MGH de Boston en EEUU. Solicitamos una visita médica y allí decidimos irnos de la noche a la mañana sin tiempo para arreglar nada. Gracias a Isabel Roch, una enfermera amiga nuestra del Hospital Puerta de Hierro conseguimos a tiempo las biopsias para llevárnoslas al MGH de Boston.

Del hospital de Boston sólo puedo decir cosas buenas. A pesar de lo costoso del tratamiento en todos los órdenes, el MGH fue durante muchos meses como nuestra casa. La cercanía de sus médicos, la simpatía de sus enfermeras, fisioterapeutas y del personal subalterno como celadores, conserjes y voluntarios. Todo allí son sonrisas, comprensión y ganas de ayudar. Para nosotros fue un choque muy grande por la diferencia de todo, pero a la vez, una inyección de ánimo y una tabla de salvación a la que agarrarnos en la desigual lucha que estábamos librando.

Entre todos los sanitarios que en Boston conocimos hay una persona que destaca como una luz en nuestras vidas: la doctora Helen Shih, directora del Centro de Protonterapia del MGH. Ella fue una persona prudente en sus afirmaciones, seria en sus diagnósticos, pero sobre todo profundamente humana. Nuestra querida doctora Shih también se encariñó con Blanca y nunca olvidaré la tarta de cumpleaños que le trajo a la consulta de Radioterapia el día que nuestra niña cumplió los 23 años. Gracias una y mil veces, doctora.

Y llegamos a la última etapa de nuestro recorrido, en la que el protagonista fue el Hospital Quirón de Pozuelo. Allí tuvimos la gran fortuna de conocer al doctor Javier Hornedo, que fue durante un año y medio el encargado de dirigir los tratamientos y de guiar el proceso de Blanca. No puedo dejar de pensar en él sin emocionarme, puesto que fue una persona cercana, entregada y sobre todo que hizo sentir a Blanca una persona especial. Lo cierto es que se trabó entre ellos una especie de amistad o camaradería que, pese a la diferencia de años, de formación, en definitiva, de lugar en el mundo, estaba sostenida por unos lazos de aficiones comunes como el fútbol, o visiones parecidas de la política o la sociedad. Fue algo muy bonito y desde luego fue una ayuda impagable en la época más dura de la enfermedad.

Y cómo no mencionar a Araceli, la ayudante de Hornedo. Siempre con una sonrisa en la boca, siempre encantadora, servicial. Desde el primer momento nos ofreció todo lo que tuvo a su alcance con una cortesía y una generosidad sin límites. Nunca nos negó una cita, nos facilitó las consultas con otros médicos, nos hizo sentir también especiales.

También quiero recordar a su doctora del Centro de Salud de Pozuelo, Diana Pitarch, que con tanto interés solicitó al principio la ayuda de nuestro hospital de referencia, Puerta de Hierro, y quien estuvo al tanto siempre de la enfermedad y tanto cuidó y sigue cuidando de mí. También a Pilar, la enfermera del Centro, que con un calor terrible venía todas las semanas a casa para curar las heridas o escaras de Blanca.

Finalmente, mi agradecimiento al equipo de paliativos del Hospital La Paz, en especial a la tía Mamen y a la doctora María ¿? Estuvieron en nuestra casa sin horario y sin restricciones. Muchas gracias por ayudarnos a suavizar el final.

Rosa Ariza